Algunas veces, los miedos
Aunque el miedo es habitualmente una
señal que nos avisa de un recurso determinado que necesitamos reforzar,
desarrollar o conseguir; hoy vamos a hablar en particular de otro tipo de miedo.
No del miedo como señal para reforzar
nuestros recursos; sino del miedo que sentimos cuando estamos frente a la alternativa
de cumplir grandes sueños.
Es ese miedo que recién surge frente
a nuestros ojos, cuando damos el salto del “me
gustaría” a “lo voy a hacer”, el impulso
que va del “qué lindo sería” a “me voy a comprometer con mi sueño”.
Ese temor muchas veces está ahí escondido,
callado, agazapado, disfrazado -algunas veces- de falta de pasión o
indiferencia…
Y, entonces no nos animamos a tomar
impulso… está tan ahí, tan dentro de nuestro, nos tiene tan amarrados, como
intoxicados, estamos tan contaminados del miedo que ni siquiera nos atrevemos a
pensar siquiera en pasar a la acción. Quedándonos en el “que hermoso sería” sin pasar jamás de
esa expresión.
Pero en una época, éramos muy distintos.
Éramos tan geniales. Cuando éramos niños, nos caíamos 100 veces y nos volvíamos
a levantar, con confianza y alegría, dispuestos a triunfar sin importar cuántas
veces necesitáramos volver a intentarlo.
No teníamos problemas en
levantarnos tantas veces como hiciera falta. Teníamos confianza en nosotros
mismos, decisión absoluta y seguridad de que lo lograríamos. Y -a pesar de las
cien caídas- nos volvíamos a poner de pie, listos para volver a hacer un nuevo
intento.
En ese momento, sabíamos muy bien
que las caídas eran parte del aprendizaje. Sabíamos –sin saberlo- que las cosas
no siempre salen bien en primera vuelta y que -para cumplir nuestras metas-
necesitamos aprender y desarrollarnos.
A veces nos poníamos de pie con
alguna lágrima, que no duraba demasiado, y nos volvíamos poner en carrera, decididos a lograrlo.
Pero en alguna parte, nos perdimos
en el camino… nos perdimos de nosotros mismos… y en lugar de escucharnos y de
escuchar nuestro corazón lleno de ganas, hicimos más importantes las voces de
otros, de otros que nos decían que no se podía, o que nuestros sueños eran
demasiado grandes, o quizás, que éramos demasiado chicos para sueños demasiado
grandes. Fuimos escuchando a los que nos dijeron que no podíamos y –al igual
que les pasó a ellos mismos- nos dejamos convencer de que no podíamos.
En algún lugar las voces, y las
caídas nos hicieron desistir.
Confundimos las pruebas con
sentencias. Y equivocadamente renunciamos a hacer brillar esa luz inmensa que
todos llevamos dentro. Porque olvidamos que el camino de los sueños es un
camino de transformación, es un camino de evolución.
Merecer la vida es erguirse vertical,
Más allá del mal, de las caídas...
Es igual que darle a la verdad,
Y a nuestra propia libertad
¡La bienvenida!
Eso de durar y transcurrir
No nos da derecho a presumir.
Porque no es lo mismo que vivir
¡Honrar la vida!
Eladia Blázquez
Quizás es preciso recordar que para
lograr nuestros mayores sueños necesitamos transformarnos. Convertir en la persona
capaz de cumplir ese sueño, que no es la misma persona que somos ahora. En el
camino al cumplimiento de nuestro sueño es preciso desarrollarse, pasando de la
persona que sueña, a la persona que se dice “Voy a cumplirlo” y se compromete a hacerlo.
Y de allí estirarnos, evolucionar,
aprender todo lo preciso para llegar a ser la persona capaz de cumplirlo…
Muchas
gracias por leerme,
Un
abrazo
Cristina
Perrucci
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